Docente, una profesión que se elige

Reflexión sobre el proceso de oposiciones 2021

STE SORIA

Una vez más hemos presenciado un proceso de oposiciones en el que, como es sabido, no siempre salen vencedores los mejores profesores. Aparte de la frustración y el desconsuelo de los opositores, muchos miembros de los diferentes tribunales y especialidades dejaron constancia en sus redes sociales de las irregularidades que se produjeron durante el procedimiento, pero, sobre todo, en líneas generales, del sinsentido que encierra el proceso en sí para elegir un buen docente.

Así pues, los tribunales manifestaron la falta de organización de las direcciones provinciales y el desconocimiento de las funciones que debían desempeñar durante el proceso. Esto perjudicó a los opositores, que fueron evaluados por personas que ni siquiera sabían cuáles eran las directrices establecidas, pero también a ellos mismos, porque, aparte de lo que compete a su ética moral y profesional, obstaculizó la conciliación y organización de sus vidas. Y, sobre todo, si tenemos en cuenta que muchos de ellos tuvieron que desplazarse a otras provincias desde su lugar de residencia. Además, también revelan que las jornadas laborales excesivas a las que se les somete durante el proceso influyen negativamente en la capacidad de concentración y atención para evaluar objetivamente a los opositores. 

Es tal la gravedad del asunto que, en algunas especialidades, los tribunales no dispusieron de rúbricas y criterios de evaluación y calificación, por lo que fueron ellos mismos los que, sobre la marcha, los determinaron, sin saber o no si eran adecuados, ya que no tenían una persona de referencia a la que consultar este tipo de cuestiones de forma rápida y directa. Asimismo, en perjuicio de los opositores, estos criterios no fueron comunes a todos los tribunales y, en consecuencia, no todos compitieron en igualdad de condiciones. 

Si a esto sumamos que, además de que se examina en base a unos temarios de oposición del año 1993, algo incomprensible después de casi 30 años, no aparecen establecidos los contenidos que los opositores deben reflejar en cada uno de los temas, como ocurre en otras pruebas de la administración pública, lo que favorecería la objetividad y transparencia del procedimiento selectivo.

Por otra parte, estas últimas oposiciones se celebraron en un año supeditado a la COVID-19, por lo que hubo que seguir los protocolos establecidos. En la mayoría de las provincias, los llamamientos y las entradas a las respectivas aulas de examen se realizaron eficazmente. Sin embargo, surgieron problemas a posteriori, cuando los opositores tuvieron que permanecer, en ocasiones, hasta cuatro o cinco horas en la misma aula, sin tener la posibilidad apenas de hidratarse, comer o acudir al aseo. Por ello, en algunos tribunales, se dio la opción de salir del aula de dos en dos para dar solución a estas necesidades fisiológicas y psíquicas que, sin duda, pudieron interferir en el buen desempeño del opositor. 

A todos estos errores organizativos y de falta de objetividad habría que sumar el nivel de dificultad que se exige en ciertas pruebas prácticas de determinadas especialidades. Así, llama la atención el alto porcentaje de plazas desiertas en matemáticas. Esto mismo ya sucedió en convocatorias anteriores y, pese a ello, se vuelve a incurrir en el mismo error. 

Si bien es cierto que entendemos que, en un examen de oposición del grupo A1, los opositores tienen que demostrar un nivel alto de conocimiento de la materia, no se comprende, por el contrario, cómo se plantean ejercicios de tal dificultad que, probablemente, ni siquiera muchos de los miembros de los tribunales saben resolver. Es más, son muchos los opositores de esta especialidad que se encontraron en la tesitura de haber obtenido una nota alta en el tema escrito y no llegar al 2,5, para poder mediar y pasar a la segunda prueba del proceso selectivo. Por ello, habría que plantearse, seriamente, qué sucede en estas pruebas.

Al respecto, también deberíamos plantearnos que la calidad de los docentes debe ser, no solo a nivel de cuan buenos somos memorizando conceptos, sino de las aptitudes y habilidades pedagógicas que tenemos para saber transmitirlos y de la capacidad para motivar al alumnado y engancharlo a nuestras clases. Precisamente, no podemos olvidar que, en nuestra experiencia como alumnos y alumnas, todos hemos tenido un profesor al que siempre recordaremos porque supo cautivarnos con sus clases y porque no le importaba dedicar tiempo para explicar los contenidos una y otra vez, a través de diferentes metodologías, hasta que todo el alumnado asimilaba los conocimientos. Ese es el profesor o profesora que debería reinar en nuestras aulas, aquel que, por muy raro que suenen las palabras “ciclo de Krebs”, “morfema”, “ecuación diferencial” o “guerra púnica”, acaba haciendo que resulte familiar y divertido. Además, no podemos obviar la capacidad humana y emocional que requiere esta profesión, en relación a la empatía y escucha activa, imprescindibles en el aula y que se obvian en el proceso de oposición. En definitiva, nuestros alumnos son el futuro y debemos tener presente que los docentes no somos meros transmisores de información.

Por ello, por muy tópico que suene, esta profesión no puede ser la alternativa a aquellos que no saben qué hacer con sus vidas, ni para aquellos que toman este camino porque piensan que los docentes viven muy bien. No, no se vive bien, no se tiene todo el tiempo del mundo como los demás creen. Nuestro trabajo diario comienza al finalizar las clases. Porque ahí, el profesor que, de verdad ama su profesión, lucha cada día por conseguir llevar al aula más y mejores recursos. Lucha por intentar que ese alumno desmotivado y perdido quiera volver a formar parte de sus clases, quiere enseñar un mundo lleno de sueños y oportunidades.  Porque, para un docente que ama su profesión, lo más “grande” es poder ver las caras de sus discentes llenas de ilusión y de alegría al verte entrar por la puerta, es generar en el alumnado curiosidad y ganas de mejorar. 

Porque ser docente no es una obligación, sino una elección.

Así bien, aunque las ideas y quejas expuestas en estas líneas pueden resultar repetitivas, quizás es la hora de replantearse el sistema de acceso a las oposiciones, y, para ello, sería importante contar con la opinión de los que día a día están dentro de las aulas, porque ellos sí conocen de primera mano las necesidades de nuestro sistema educativo.

Comencemos a apostar por una educación pública de calidad, una educación por y para todos igual, donde los recursos personales y materiales que pongamos a disposición de las futuras generaciones sean los mejores.

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