“A nosotros no nos hables en inglés que no somos de bilingüe”

“A nosotros no nos hables en inglés, que no somos de bilingüe”. Esa ha sido una de las primeras interacciones con mis alumnos desde que empecé a impartir la asignatura de inglés en institutos de nuestra comunidad hace tres años.

Podríamos hablar de grupos de 1º de la ESO o de 1º de Bachillerato. De cualquier provincia. De cualquier centro. Da igual; salvo honrosas excepciones, el mensaje siempre es el mismo: no elegir bilingüismo en la educación secundaria obligatoria implica, en el imaginario de nuestras alumnas y nuestros alumnos, no hablar en inglés en dicha asignatura y, de algún modo, saber menos, aprender menos y aspirar a menos. Esta creencia arraigada puede parecer curiosa, y cabría preguntarse cómo ha sido configurada de manera tan uniforme en las mentes del alumnado. Un sistema como el bilingüe existente en nuestra comunidad aspira a ofrecer más a aquellos que puedan aprovechar más. Sin entrar en consideraciones sobre lo elitista de la propuesta, ¿cómo ha terminado convertido en un sistema que ofrece menos a los que más ayuda necesitan (o eso parecen creer las y los estudiantes)?.

Los grupos de alumnos son habitualmente heterogéneos y existen diferencias de nivel entre ellos; hoy en día en la asignatura de inglés las diferencias son un verdadero abismo en forma de pasillo o escalera que separa las dos agrupaciones: bilingüe y no bilingüe. Ese abismo es percibido por ellos como una diferenciación inevitable, evidente, una suerte de selección natural en la que cada uno está donde le corresponde. Quizá lo que ignoran es que el sistema bilingüe conlleva en muchas ocasiones una serie de prácticas que lo único que hacen es alejar aún más las dos orillas de ese abismo. 

De mis clases de psicología en el máster de Formación de Profesorado recuerdo particularmente una sobre el Efecto Pigmalión. Este curioso fenómeno, también conocido como la profecía autocumplida, se refiere en educación al efecto directo que nuestras expectativas como docentes tienen sobre los resultados de nuestro alumnado. A mayores expectativas, mayor rendimiento; a menores expectativas, menor rendimiento. Por supuesto, a ningún profesor de inglés se le ocurriría transmitir expectativas bajas a un grupo no bilingüe de manera intencionada; tal vez muchos ni lo hayan pensado de manera consciente. Pero personalmente, creo que dichas expectativas están ahí, mucho más transparentes de lo que podríamos pensar.

Con una matriculación a la baja, los grupos bilingües tienden a ser menos numerosos, propiciando una mayor calidad educativa y atención individualizada. Los auxiliares de conversación extranjeros trabajan con ellos preferentemente, ya que sus habilidades receptivas tienden a ser más altas. Se les ofrecen programas de intercambio con países extranjeros y excursiones en exclusiva o en las que tienen preferencia de participación hasta cubrir cupos. Se les dan materiales de lectura más atractivos, como libros juveniles originales, en lugar de adaptaciones. Y, seamos sinceros, les hablamos más en inglés. Porque cuesta menos que nos entiendan, porque no hay que pararse a repetir cada cosa que decimos. Porque hemos agrupado a aquellos a los que se les da bien la asignatura. Y enseñar se vuelve más sencillo. 

¿En qué lugar deja eso a los grupos no bilingües? En uno muy delicado, en mi opinión. A la falta de oportunidades y recursos que se les ofrecen, debemos añadir un problema que cada vez se hace más patente y cuyas consecuencias son impredecibles: la segregación de género. Observo una tendencia bastante acusada de las estudiantes a decantarse por la opción bilingüe; al contrario que sus compañeros. ¿El resultado? Grupos no bilingües mayoritariamente masculinos, muy numerosos, donde la docencia se vuelve ardua. Grupos, además, con gran presencia de alumnado con necesidades educativas, repetidores, o desconocedores del mismo español. Grupos con estudiantes cuyas condiciones materiales muchas veces no les permiten ser mejores en inglés, solventar sus lagunas o buscar un apoyo externo, aunque quieran. ¿Cuántas capas de segregación acumuladas se necesitan para que se cumpla la profecía de que los grupos no bilingües obtienen peores resultados en inglés y terminan la ESO sin ser capaces de comunicarse o entender el idioma extranjero? Ninguna más. Ya está ocurriendo. Lo estamos permitiendo.

Mención aparte merece el hecho de que, en la etapa de educación primaria, y de manera muchas veces obligatoria -en algunas zonas de nuestra comunidad es difícil encontrar un colegio público con opción no bilingüe-, se está condenando a las alumnas y los alumnos a no aprender términos y conceptos esenciales sobre la naturaleza y las ciencias sociales en español, ya que la asignatura se imparte en inglés como parte del programa bilingüe. Particularmente, aquellos estudiantes que provienen de entornos menos privilegiados, o con familias en las que no se habla español, o que disfrutan de menos opciones de enriquecimiento cultural, no pueden complementar esos conocimientos fuera de la escuela y su acervo se ve constantemente empobrecido. El Marco Común Europeo de Referencia para las lenguas establece el B2 como el nivel de manejo de la lengua extranjera que permite entender las ideas principales de textos complejos que traten temas tanto concretos como abstractos. B2 es el nivel que la ley nos indica que deben haber adquirido nuestros alumnos de bachillerato al terminar su etapa educativa. Pretender enseñar otras asignaturas en inglés en educación primaria o secundaria conservando el nivel de reflexión, comprensión y profundidad al que se llega utilizando la lengua nativa es, sencillamente, incongruente. 

Decía anteriormente que el sistema bilingüe tal y como está planteado aspira a ofrecer más a aquellos que puedan aprovechar más. Tal vez deberíamos repensarlo, o incluso dejarlo atrás, y ofrecer más a aquellos que más lo necesitan. Tratar de ser más inclusivos en lugar de ahondar en la segregación. El sistema debe ser evaluado rigurosamente y cambiar, desde luego; pero, hasta que eso ocurra, también podemos incidir en nuestras prácticas diarias para que, en vez de seguir alejando las orillas, aportemos un cierto alivio a ese abismo que cada vez es más hondo y que no deja de reproducir una y otra vez la misma profecía.(ÁLVARO DELGADO ORDÁS).

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