Sobre privatizaciones, castillos en el aire y otras ficciones patrioteras

STE SALAMANCA

Si uno pasea por la ribera del río Eo desde Ribadeo, por ejemplo desde su playa verde, o desde su puerto deportivo, o desde lo alto del viejo fuerte defensivo (hoy convertido en juguete para turistas) o atravesando el puente-autovía que vuela sobre su desembocadura en el Cantábrico, uniendo Lugo con Asturias, desde cualquiera de esas perspectivas, como digo, uno puede deleitar la vista con la encantadora estampa que ofrece, no muy a lo lejos, un llamativo pueblito de una belleza casi irreal: Castropol. 

C

ontemplado desde cierta distancia, Castropol parece erguirse en un montículo sobre una islita asturiana, adelantándose entre las primeras aguas gallegas. Y sobre esa islita, vemos un encantador cuadro medieval presidido en su cima por una imponente torre que parece salida de un viejo relato legendario; más que un conjunto histórico, parecería que estamos ante el marco ideal para un cuento de hadas.

Ahora bien, esta apariencia mágica, este hechizo de historia, se desvanece cuando, al fin, los curiosos ponemos los pies en dicha población. Resulta que Castropol no es un pueblito (tiene más de 3000 habitantes), no está en una Isla, sino en la costa, y sus llamativos edificios no tienen nada de medievales, más bien son una aglomeración de diferentes épocas más recientes. Bonito, sí, mucho, pero nada que ver con la seductora propaganda que nos embriaga cuando lo contemplamos a distancia.

Por otra parte, un paseo por Castropol resulta una experiencia un tanto austera: pocos detalles nos invitan a quedarnos, escasa vida, silencio, grandes paredes en tonos pálidos…, como invitando a la presencia del fantasma de alguien que jamás existió. 

Visto así, Castropol es la perfecta metáfora de la España que venden los nuevos salvapatrias de la derecha. Ya saben a quienes me refiero: señoritos con estética de foto de peluquería, dinerito en el banco y microdiscursos sospechosamente parecidos a la verborrea del NSDAP en su fase adolescente, es decir, cuando sus líderes eran casi unos imberbes. 

Pues bien, Castropol es además el municipio donde el fanfárrico Ortega-Smith posee, no sin polémica, una propiedad nada desdeñable. No muy lejos del palacio (o palacios, según versiones) adquirido en 2017 por Víctor Madera, un humilde coleccionista aficionado, entre otras veleidades inmobiliarias, a la compra de viejos edificios y fincas con solera histórica y señorial, castillos incluidos, y que (redoble de tambores) resulta ser el “dueño ibérico” de QUIRÓN, la empresa con la que este médico asturiano orquestó y consolidó (imagino que no estaba solo) la privatización de la sanidad en el Madrid de la esperanza y los populares (“esperanza” con mayúscula y sin mayúscula, y lo mismo con “populares”) y, más tarde, en el resto del territorio nacional.

 Uno no puede dejar de sospechar que este proceso, en cuya  génesis se gestaron no pocos mercadeos entre diferentes empresas del ramo sanitario, por fuerza ha tenido que influir en las sangrantes carencias que hoy en día sufre nuestro sistema sanitario y que, en este año uno de la pandemia, han causado tantas desgracias.

Ahora (para los que lean esto en el futuro hablamos de septiembre y octubre) Quirón ha ofrecido  test serológicos a los docentes de Castilla y León y de Madrid (ignoro si de más lugares), con cargo al presupuesto de la administración, es decir al bolsillo de los ciudadanos, o sea, de todos nosotros. En CyL se rumorea que entre Quirón y otra empresa se embolsarán 741OOO euros, sobre arriba sobre abajo. 

Más rumores pecuniarios: según Forbes, la fortuna de nuestro protagonista ascendería a 700 millones de euros, 400 de los cuales formarían parte de sus acciones en Fresenius, la empresa alemana a la que acabó vendiendo Quirón hace tres años (2017, repetimos fecha) y que (¡también es casualidad!) ha sido denunciada en varios lugares (EEUU y España entre ellos) por practicar sobornos a empleados públicos. En EEUU parece ser que finalmente ha confesado aceptando pagar una multa de  231,7 millones de dólares a cambio de no ir a juicio en el país de la oportunidades. 

En fin, privatización de los bienes comunes, ramalazos clasistas, germanofilia, secretismo y una interesante afición a adquirir palacios y castillos antiguos: no hay duda de que el perfil de este don Víctor serviría de modelo para un arquetípico villano de novela. Una novela que empezaría así: “Aquel día de Reyes de 1936….

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *