Por qué necesitamos más economía feminista

STECyL UNIVERSIDAD. Universidad de León.

Las mujeres son mayoría en la población: un 51% del total. Sin embargo, afrontan unas condiciones de vida peores que las del resto de la población, los hombres. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2018 la tasa de empleo masculina era del 55,7% mientras que la femenina es del 44%. 

Los últimos datos disponibles (2017) muestran cómo el 73% del empleo parcial lo ocupaban mujeres. Entre las razones aducidas por unos y otras para emplearse a tiempo parcial, el 22,1% de ellas alegaba el cuidado de personas dependientes o razones de tipo familiar y personal, mientras que ellos lo hacían solo en el 4,2% de los casos, quedando los hombres sobrerrepresentados al aducir formación o, simplemente, no haber encontrado trabajo a tiempo completo. En el caso del empleo temporal, en cambio, el reparto es del 48% para las mujeres y del 52% para los hombres. Sin embargo, también las mujeres presentan una incidencia notablemente mayor (de aproximadamente dos tercios) en población desempleada sin prestación contributiva o en población inactiva sin pensión, lo que refleja una inserción laboral ciertamente peor, tanto en el presente como en el pasado.

Esto es relevante porque, en el sistema económico capitalista, que es en el que vivimos, es necesario tener un empleo, es decir, vender tu fuerza de trabajo, para poder subsistir, pero incluso esta coerción que está en la base del sistema, se reparte de una forma manifiestamente desigual, como acabamos de señalar. A eso es necesario añadir que este sistema económico es incapaz de resolver sus muchas contradicciones (por ejemplo, la apropiación privada de la riqueza colectiva, la desigual división regional del trabajo, la adicción al crecimiento económico en un contexto de agotamiento físico de la naturaleza, etc.), siendo la principal, que aquí nos ocupa, la cuestión de los cuidados. En efecto: estamos obligados/as a tener un empleo para poder subsistir, pero, mientras estamos en el mercado no podemos ocuparnos de los cuidados –todas necesitamos cuidados-, especialmente de aquellas personas que tienen un mayor grado de dependencia como criaturas pequeñas, personas mayores o enfermas. En este sentido, el capitalismo y el patriarcado se alinean a la perfección y son nuevamente las mujeres las que asumen una mayor carga de cuidados: casi dos horas más diarias que los hombres. Este reparto desigual del trabajo permite a los hombres disponer más tiempo para dedicarle al empleo, ocio-tiempo libre u otras actividades –sobre 90 jornadas de 8 horas al año.

En relación a los cuidados, existen cuatro alternativas que, al menos en el Estado español, están muy lejos de estar desarrolladas: el sector público (a través del denominado Estado de bienestar), el mercado (si nos podemos permitir pagar por esos cuidados y/o exigirle a las empresas que se co-responsabilicen), el tercer sector (cuando los cuidados los prestan ONG) o las familias (que es la forma eufemística de decir las mujeres). En nuestro contexto, con una división sexual del trabajo tan acentuada, y políticas públicas insuficientes (porque antes de llegar a un Estado de bienestar avanzado en este ámbito, empezamos a retroceder a base de recortes), el trabajo no remunerado de las mujeres en la atención a las personas que requieren cuidados deviene imprescindible. Se podría decir que es la base invisibilizada del sistema y una fuerte fuente de desigualdad social, ya que, en un modelo “empleo-céntrico”, las personas que cuidan no tienen acceso, o lo tienen en menor medida, a las prestaciones y derechos sociales vinculados a la situación laboral, como son todas las contributivas, que penalizan a quienes, como las mujeres, por ejemplo, mantienen trayectorias laborales (involuntariamente) irregulares. Esta situación se agrava si miramos hacia el futuro, donde las necesidades de cuidados son cada vez mayores (por el envejecimiento poblacional), más recortes públicos y donde las mujeres tienen expectativas diversas no solo de cuidados (porque son muchas quienes reivindican su papel en el mercado de trabajo, para aprovechar la formación que poseen en condiciones de igualdad) y los hombres no acaban de responsabilizarse en igualdad (¿resistencias masculinas?).

Estas son las condiciones que la Economía feminista contribuye a visibilizar. Es importante tener en cuenta que, por tanto, la Economía feminista no solo es un enfoque alternativo, sino que es el único que nos permite tener una visión más completa de la realidad al arrojar luz sobre todos aquellos aspectos que quedan invisibilizados por la economía dominante.

¿Qué pasaría si, haciendo caso de las reivindicaciones feministas, pusiéramos la vida y el cuidado en el centro de la economía en lugar del beneficio económico? El sistema económico, tal y como lo conocemos, dejaría desde luego de funcionar: no habría capitalismo posible. Es hora de darnos cuenta de la urgencia de ese tipo de prioridades, sin las que nuestra supervivencia no está asegurada, y que chocan con el marco de relaciones en el que nos desenvolvemos día a día. Puestas a pedir, abajo, abajo, abajo el trabajo (asalariado).

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