LA BATALLA ¿PERDIDA? ALEGATO EN DEFENSA DE LA FILOSOFÍA

STELE

De nuevo, como cada cierto tiempo ocurre, se vuelve necesario defender la filosofía (y en este caso, la ética en particular) como parte esencial del currículo.

Los que nos dedicamos a esto ya estamos un poco cansados del cuestionamiento continuo de un conjunto de materias que parecen estar siempre amenazadas a pesar de que deberían constituir uno de los elementos vertebradores de la educación. Si uno se para a observar, por ejemplo, el currículo del Bachillerato Internacional, se da cuenta de que el cuestionamiento del conocimiento y el pensamiento crítico son el eje fundamental sobre el que se construye el mismo. 

Sin embargo, las reformas educativas que se han realizado en los últimos años, que no han sido pocas, han puesto en el punto de mira una materia que según algunos es inútil. A pesar de lo que se pudiera deducir del acuerdo al que se llegó en 2018 por todos los partidos para restituir el estatus previo a la LOMCE a las materias del departamento de filosofía (algo aún insuficiente, pero la mejor situación en la que hemos estado hasta ahora), no parece que las cosas vayan a cambiar demasiado. La Red Española de Filosofía ha emitido un comunicado en el que se advierte y se critica que el PSOE y el PNV han votado en contra de este acuerdo dejando fuera del currículo la materia de ética de 4º de la ESO. ¿Cómo es posible que nos estemos planteando esto? ¿Hemos pensado hacia dónde queremos que vaya la educación? ¿Para qué estamos educando a las generaciones del presente, que serán las que eduquen a las del futuro?

LA URGENCIA DE LA SITUACIÓN

Desde la Ilustración, se descubrió el poder de la educación como mecanismo para la emancipación de los individuos (y como prerrequisito para la emancipación de las sociedades). Una sociedad libre solo es posible si está formada por individuos autónomos, capaces de tomar sus propias decisiones tanto a nivel personal como político-social. Kant hablaba de la minoría de edad (potencialmente permanente, es decir, que habrá siempre individuos que nunca llegarán a salir de ella, porque no es una edad solamente cronológica, sino que sobre todo depende de la voluntad, del Sapere aude, del atreverse a salir de ella) como un estado en el que nos es más cómodo que otros piensen por nosotros, que tomen las decisiones por nosotros. 

En un mundo como el que vivimos, en una sociedad de la (des)información hipertecnologizada en la que a través de internet podemos acceder tanto a información privilegiada como a las más descabelladas ocurrencias sin que sea a veces fácil distinguir entre ambas, y en la que las noticias falsas hacen pensar a los gobiernos en crear Ministerios de la Verdad al más puro estilo orwelliano; en un momento de transición cultural, con un escenario político que cada vez prescinde más de la argumentación para centrarse en el ataque, con unos medios de comunicación, siempre fieles a quien los financia, que dan los hechos interpretados y reproducen el ambiente de polarización política a través de tertulianos que intentan derrotar al contrario interrumpiéndole constantemente, no dejándole hablar, utilizando toda la gama posible de falacias que recogen los tratados de lógica, en ocasiones llegando al insulto y a la agresión y, en definitiva, saltándose todas las normas de la cortesía lingüística que hace posible una comunicación productiva y racional; en un mundo como éste, decía, salir de esa minoría de edad se ha vuelto bastante complicado. La sociedad abierta de la que hablaba Popper cada vez tiene más enemigos. Últimamente se habla incluso de que la democracia como sistema político está en peligro, el ideal de la Ilustración de la paz perpetua amenaza con convertirse en una pesadilla de enfrentamiento interminable. 

EL LUGAR DE LA FILOSOFÍA EN LA EDUCACIÓN

La educación es el antídoto contra la idiotez y la imbecilidad. La educación, la guía y el apoyo que los profesores damos a nuestros alumnos para que un día sean capaces de caminar solos es el único medio para que las sociedades abiertas sigan existiendo. Sin educación no hay democracia posible. Pero no cualquier educación. Si vamos a la RAE encontramos que, tras acción y efecto de educar, las siguientes acepciones son: crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes, instrucción por medio de la acción docente y, por último, cortesía, urbanidad. No creo que ninguno de estos significados sea en el que estaba pensando Mandela cuando hablaba de ella como el instrumento más poderoso para cambiar el mundo. La educación tiene que tener por objetivo la libertad y la responsabilidad (como primas-hermanas que son), la autonomía que viene tras la salida de la minoría de edad si damos el paso y nos atrevemos a pensar por nosotros mismos y a ser críticos con lo que nos rodea. Y he aquí otro concepto clave: la crítica. Algo que a veces suena a tópico cuando hablamos de filosofía. Pero la crítica está en el origen mismo del pensamiento filosófico y de nuestra civilización. La filosofía surge como un intento de combatir las respuestas dadas, cuyo único argumento es la autoridad, pero también, más tarde, las respuestas sofísticas y los razonamientos falaces. En nuestros días las cosas no han cambiado demasiado en este sentido: los sofismas y las “verdades” impuestas están por todas partes.

Sin embargo, y a pesar de ello, el sistema educativo tiene mucho de instrucción, demasiado.  Aun cuando la UNESCO ha elaborado varios documentos resaltando la importancia del cuestionamiento y de la filosofía como medio para encauzarlo racionalmente, los espacios para ejercitar el pensamiento crítico y el aprendizaje de la autonomía dentro de la escuela no son muchos, y sin ellos, la batalla está perdida. No se dedica suficiente tiempo durante el período que dura la educación primaria y secundaria a algo tan importante. Y lo preocupante es que parece que no solo no se hace nada por evitarlo, sino que se intenta reducir esa posibilidad al mínimo. Si no dotamos al alumnado de armas para pensar autónomamente, podremos tener ciudadanos obedientes, pero no ciudadanos libres. La democracia es un sistema político que solo se sostiene si el dêmos está educado, es decir, sabe (realmente) lo que quiere, si piensa libremente y con criterio sobre lo que se le propone, si acepta o rechaza las decisiones políticas en función de sus propias convicciones maduradas y razonadas. Si no, la democracia deja paso a la demagogia, a la manipulación de las masas, a la persuasión más que a la convicción. 

En 1999 Edgar Morin elaboró, por encargo de la UNESCO, un informe titulado “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, en el que se busca contribuir a la reflexión internacional sobre cómo educar para un futuro sostenible. En este informe, Morin expone los problemas centrales que según su criterio están siendo ignorados por la sociedad pero que son completamente necesarios para enseñar. Morin insiste en la necesidad de trabajar estos siete saberes fundamentales en todos los niveles educativos, en todas las sociedades y en todos los contextos culturales sin excepción, a la vez que se respetan los tiempos y las reglas propias de éstos. Estos siete saberes son:

1. Las cegueras del conocimiento provocadas por el error y la ilusión, es decir, la necesidad de revisar lo que “se cree” conocer, como práctica permanente que oriente nuestra acción, para evitar malentendidos o malas interpretaciones. 

2. Los principios de un conocimiento pertinente, capaz de abordar los problemas globales y fundamentales y que, a la vez, dialogue con los asuntos más próximos y locales. 

3.La condición humana como objeto esencial de aprendizaje, conjugando unidad y diversidad de lo humano en toda su complejidad.

4.La identidad terrenal como destino planetario del género humano, construyendo una ética de la ciudadanía global, desde una identidad compleja, a la vez local y global.

5.La incertidumbre como factor de nuevas estrategias de desarrollo y construcción de futuro, aprendiendo a “navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza”.

6.La comprensión, como medio y fin de la comunicación humana. 

7.La ética del género humano, desde una concepción compleja de la condición humana, construida en la relación “individuo ↔ sociedad ↔ especie”, con sus interdependencias en términos de autonomía individual, participación colectiva y responsabilidad estratégica.

Dentro del currículo de secundaria y bachillerato, las materias del departamento de filosofía son las únicas en las que se abordan estos saberes de una manera directa. Si embargo, el recorrido de estas no es suficiente para hacerlo de una manera adecuada. Lo ideal sería empezar este recorrido desde los primeros cursos de la educación secundaria, o incluso antes (véase la literatura escrita sobre Filosofía para Niños, FpN).  

La Convención sobre los Derechos del Niño adoptada en 1989, garantiza, entre otros, el derecho a expresar su opinión libremente (artículo 12), la libertad de expresión (artículo 13) y la libertad de pensamiento (artículo 14). En otro documento de la UNESCO de 2005, titulado Informe del director general relativo a una estrategia intersectorial sobre la filosofía, se dice: “La filosofía se sitúa en la médula misma del saber humano y su ámbito es tan vasto como el de las esferas de competencia de la UNESCO. Las cuestiones más importantes de las que se ocupa la Organización, por ejemplo, la educación para todos, la diversidad cultural, la ética de la ciencia, los derechos humanos, las sociedades del conocimiento, la democracia, el diálogo intercultural y el diálogo entre las civilizaciones, necesitan contar con sólidos cimientos filosóficos y estar dotadas de rigor analítico y conceptual. Es necesario llevar a cabo un análisis crítico de los conceptos, normas y criterios de los grandes programas de la UNESCO para incrementar la eficacia y pertinencia de las actividades”.

LA MATERIA DE ÉTICA

Una de las disciplinas filosóficas más importantes es la Ética. Podemos definirla como la reflexión (siempre racional y crítica, como toda la filosofía) sobre la moral. La moral es la capacidad que todos tenemos para valorar, para sopesar lo conveniente o inconveniente de la acción humana. Por eso se la considera una disciplina práctica, es decir, relativa a la praxis, al hacer. La UNESCO también habla específicamente sobre su importancia.  En la Declaración de París en favor de la filosofía se dice que “la educación filosófica, al inducir a la independencia de criterio, la reflexión y la resistencia a las diversas formas de propaganda, prepara a todas las personas a asumir sus responsabilidades ante las grandes cuestiones del mundo contemporáneo, especialmente en el plano ético”, y que “debería ser impartida por profesores cualificados e instruidos específicamente a tal efecto y no estar supeditada a consideración económica, técnica, religiosa, política o ideológica alguna”. Y en el informe titulado La filosofía, una escuela de la libertad se advierte sobre el peligro de confundir la reflexión filosófica con una educación en valores o una educación para la ciudadanía y la tendencia a subordinarla a las mismas, la cual “parece basarse en una ilusión que también existe a nivel universitario y que consiste en creer que se puede asegurar una mejor formación de las conciencias mediante la transmisión de contenidos sustanciales, en lugar de un desarrollo de la mente crítica de los alumnos. Es como si un mecanismo de convicción fundado en la educación de las facultades lógicas del libre juicio y de la mente crítica hubiese sido reemplazado por enseñanzas de orden persuasivo. Estas últimas sirven de vectores de ideas clave que los alumnos deben asimilar sin someterlas necesariamente a la crítica. Ahora bien, la capacidad de criticar todas las ideas, incluso las que se consideran justas o verdaderas –en otros términos, la capacidad de rebelión– es un elemento esencial en la formación intelectual de los jóvenes. Un ciudadano obediente será un buen ciudadano, pero también puede transformarse en un ciudadano manipulable, capaz de adherirse, en un momento dado, a otras ideologías diferentes a las que formaron parte de su educación”.

LA BATALLA ¿PERDIDA?

Sin la materia de ética de 4º de la ESO, los profesores de filosofía nos hemos visto abocados en los últimos años a aceptar que un alumno que no curse el bachillerato habrá pasado por el instituto sin ni siquiera haber tenido la oportunidad de acercarse una disciplina plural, que se atreve a cuestionarlo todo, incluso a sí misma; que es el antídoto contra las cegueras del conocimiento; que es el origen y el camino para identificar el conocimiento pertinente; que reflexiona sobre la condición humana, tratando de abordarla en toda su complejidad; que es la única que se plantea el cada vez más acuciante problema de construir una ética de la ciudadanía global; que nos enseña a “navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza”; que hace una apuesta clara por la comprensión, como medio y fin de la comunicación humana y que además potencia la autonomía individual, la participación colectiva y la responsabilidad estratégica.

Por eso, a pesar de que parece que la batalla está perdida y que está más que comprobado que los políticos no tienen ningún interés en la educación y de que el gran pacto que ellos mismos boicotean parece imposible, no nos podemos rendir sin luchar. Es necesario reivindicar la importancia de ciertas materias que son el eje mismo sobre el que debería construirse el sistema educativo, ya que como decía Antonio Machado a través de Juan de Mairena, “yo os aconsejo — ¡oh dulces amigos! — el pensar alto, o profundo, según se mire. De la claridad no habéis de preocuparos, porque ella se os dará siempre por añadidura. Contra el sabido latín, yo os aconsejo el primum philosophari de toda persona espiritualmente bien nacida. Sólo el pensamiento filosófico tiene alguna nobleza.  Porque él se engendra, ya en el diálogo amoroso que supone la dignidad pensante de nuestro prójimo, ya en la pelea del hombre consigo mismo. En este último caso puede parecer agresivo, pero, en verdad, a nadie ofende y a todos ilumina”.

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